¿Qué son las historias de trenes?

El Convoy 89 es un tren, aunque podría haber sido cualquier otra cosa, en su incansable parecerse al mundo en que no vivimos. Y sobre trenes se ha escrito y hablado tanto que esta sección sólo será una ínfima muestra de la inspiración que el ferrocarril, en todas sus variantes, ha ido provocando en los creadores desde el siglo XIX.

Viajes, asaltos, luchas, misterios… El tren ha sido el origen y el escenario, el fin y los medios. Para el Convoy 89 es un honor parecerse, si es que lo hace, a todos estos trenes.

¿Conoces alguna historia de trenes?

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Iremos publicando todas las que nos enviéis.

domingo, 1 de enero de 2012

Gonzalo Torrente Ballester: La saga/fuga de J. B. (Fragmento)

Si yo menciono ahora «El Tren Ensimismado», ¿estas palabras le dicen algo?" "Nada en absoluto, salvo que me parecen un disparate." "Las palabras, en sí, no lo son nunca. ¿Qué son las palabras? Sonidos, más o menos organizados." Don Perfecto pareció, por un instante, sentirse incómodo. "Pero significarán algo, digo yo." "Claro. Es decir, a veces, pero no siempre." "El disparate a que me refiero es lo que esas palabras significan. ¿Cómo puede un tren ensimismarse?" "Quizás en sentido metafórico." "¡Si no me lo explica mejor...!" Me sentí, de momento, más tímido que de costumbre. Pensé que acaso el Saber Hermético le permitía, si no adivinar, al menos barruntar lo que se me había ocurrido. Pero no solamente era ya tarde para dar marcha atrás —la mención del Tren Ensimismado, si por una parte le molestaba, por otra le atraía: no había más que fijarse en el brillo de sus ojos—, sino que yo mismo no lo deseaba, pues, en lo íntimo de mi conciencia, me sentía muy orgulloso de lo que estaba inventando. Decidí, sin embargo, presentarlo como ocurrencia ajena. "Es uno de los muchos inventos prácticos de don Torcuato del Río." " ¡Ah! De don Torcuato del Río! Ahora empiezo a entenderlo..." "Sí. Figura en el tercer volumen de La Tabla Redonda, aunque no recuerdo ahora en qué número. Pero estoy viendo la página. Arriba, a todo lo ancho de la plana, dice: «Los grandes inventos prácticos», y, debajo, hacia el centro: «Por don Torcuato del Río». Después viene el título propiamente dicho: «El tren ensimismado», en letras grandes, muy adornadas. Y, debajo, el subtítulo: «Nuevo modelo de tren aéreo». Finalmente, el texto, que empieza a mitad de la plana, más o menos, con una capital adornada de una locomotora de aquellos tiempos echando humo." "Pero, en aquellos tiempos, ¿había ya tren en Castroforte?" "No lo creo." "Entonces, ¿cómo...?" "No olvide usted que los Barallobre recibían revistas de París, y que, gracias a ellos, los de La Tabla Redonda estaban informados de cuanto sucedía en el mundo, tanto en el orden de las Ciencias como en el de la pornografía, a la que prestaban atención exquisita y preocupada, como usted habrá podido advertir." "Ya, ya." "Pues bien: el texto empieza hablando del Corredor de Maratón. Por cierto, ¿recuerda usted cómo se llamaba?" "No. ¿Y usted?" "¡Es curioso! Don Torcuato comienza su trabajo con esta pregunta, y, al dar por supuesto que nadie lo recuerda, añade: «En vista de eso, yo debería detenerme aquí porque lo que yo escribo no es para personas de cultura escasa y de memoria pésima. De modo que si continúo es sólo por razones personales, no por respeto que sienta hacia el lector». El artículo tiene unas siete páginas." "¿Las recuerda de memoria?" "No, claro. Sólo la sustancia." "¿Y le parece que bastará la sustancia para que yo me entere?" "Así lo espero, al menos." "Entonces, ¿qué diablos hace que no me lo cuenta?" No se lo podía decir, porque precisamente daba largas al cuento mientras perfeccionaba algunos detalles relativos al Corredor de Maratón, que era una ocurrencia de última hora. "Verá usted. Según don Torcuato, el Corredor de Maratón no murió inmediatamente después de haber soltado su mensaje." "¡Ah! ¿Murió más tarde?" "Había muerto antes." "¿Cómo?" "Había muerto justamente a mitad del camino, pero tal era su prisa, era tal su obsesión por llegar pronto, que no se dio cuenta y siguió corriendo. Pero, claro, al llegar y gritar «¡Victoria! ", lo que constituía el motivo de su obsesión desapareció; se dio entonces cuenta de que estaba muerto, y cayó a los pies de los ancianos." Don Perfecto me había escuchado meneando la cabeza de arriba abajo, como si repitiera su asentimiento a cuanto yo decía. Levantó un dedo. "Y, usted, dígame, ¿pronuncia Maratón con th o sólo con te?" "Sólo con te." "La teoría de don Torcuato es interesante." "Él no la consideraba teoría sino hipótesis, y esperaba que, de construirse alguna vez su Tren Ensimismado, la hipótesis quedase confirmada. Porque de lo primero que se trata es de conseguir del tren un estado mental equivalente a la obsesión del Corredor, un verdadero ensimismamiento, lo cual sólo puede alcanzarse mediante la construcción de una vía especial, dividida en dos partes: la primera, un kilómetro de vía recta, asentada sobre terreno firme, para que el tren pueda embalarse; a continuación, un trayecto circular de un kilómetro de diámetro, cerrado sobre sí mismo, de tal manera que el tren, una vez dentro, no pueda ya salir. Este doble círculo de rieles tiene que ir montado sobre los arcos de un puente, pero no unos arcos cualesquiera, sino de quita y pon. Entonces, el tren pita, sale, adquiere velocidad, entra en el círculo, la incrementa, y empieza a recorrer incansablemente el mismo camino, con la misma prisa que si fuera al infierno. Y ya está. Desde abajo, se retira uno de los arcos, y el tren no se da cuenta. Se retira otro, y otro, y el tren sin enterarse. Hasta que se retiran todos. Si el tren, gracias a su velocidad, ha logrado que todas las moléculas que componen su masa tiendan unánimes hacia adelante, continuará corriendo por el aire indefinidamente, o, por lo menos, hasta que se le acabe el combustible. Como este momento está calculado de antemano, un sencillo movimiento del guardagujas lo meterá otra vez en la parte recta de la vía, y el tren llegará sin incidentes al punto de partida." "Y, a todo esto, ¿cuántos días han pasado?" "Eso, depende, naturalmente, del combustible. Menos, por supuesto, en los tiempos de don Torcuato que ahora. ¡Imagine usted un tren atómico! Podría estar corriendo años y años." Don Perfecto hizo, con un movimiento de manos, una especie de resumen del asunto. "A ese invento se le podría sacar mucho dinero, porque, aunque no fuera fácil hallar pasajeros, vendría a verlo, sin duda, mucha gente. ¡Y quedaría bonito, ya lo creo, sería un número de circo estupendo!" "Yo lo concibo más bien como espectáculo poético." "Usted, desde luego, está un tanto obsesionado por la poesía, pero debe darse cuenta de que un tren, aunque camine por el aire sin soporte visible, es siempre un tren y sólo un tren, o sea, unmontón de chatarra organizada. Pero eso es lo de menos. Lo que importa es la concepción. ¿Sabe usted que empiezo a interesarme por esos inventos prácticos? Aunque, bien mirado, no veo en qué pueda ser práctico el Tren Ensimismado." "Es que... don Torcuato lo concibió con una finalidad que usted no sospecha. Don Torcuato afirma que si consigue montar el Tren Ensimismado, echarlo a andar y retirarle los arcos del puente sin que se caiga, quedará demostrada su hipótesis de que el Corredor de Maratón llegó muerto a la meta." "¡Ah! Entonces, lo comprendo, sirve para algo, es realmente práctico." Yo no sé si fue entonces, o si había sido ya, el momento en que el loro o el mancebo entraron a decir que ya era la hora y que si cerraban la puerta, y don Perfecto le dijo, no sé si al loro o al mancebo, que sí, que podían cerrarla. 

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